Hace muchos años, una noche de borrachera, un amigo y servidor andábamos en plena competición de barbaridades (a cada cual peor y más superficial) y, un tipo que se quería ligar a la tercera del grupo, dijo que decíamos cosas muy profundas. Nos meamos de la risa durante años con la ocurrencia.
Quizás, a pesar de todo, el pobre tenía razón. Y ahora, escuchando a Jamonas rodeado de libros, con un juguete-granja de plástico delante (haciendo esfuerzos titánicos para no tirarle fotos) y botellines desperdigados por todas partes, me pregunto si ellas están contando algo con sangre dentro de la fibra o sencillamente, se juntan para aliviar el peso de la vida con un poco de superficialidad. Porque están solas, cachondas, cabreadas y tan a gusto juntas, en ese lugar donde nos han desechado a todos nosotros, adolescentes inacabados, adultos confundidos.
Bien es cierto que cuando nos hacemos mayores, comprendemos que las cosas más triviales, son las que dan sentido a ese trayecto tan aburrido que llamamos, con absoluta desfachatez, vida. Y que si María Jiménez quisiera regresar al candelabro (la Mazagatos era lista, tontos), debiera conocer a las Jamonas y a su Jamono. Y, sobre todo, que todos somos un poco Jamonas. Pero sin pasarse, que esto sería un sindiós.